La grosería


LA GROSERÍA

NARRADORA:
La señora del 12, la enfermera, sale de su vivienda. Es alta, madura, enérgica. Va a su trabajo, como todos los días. Por el patio, donde la ropa colgada arbitrariamente cerca de los lavaderos habla de la promiscuidad y pobreza de los vecinos, pasa Irma. Casi todavía una niña, aunque los pechos ceñidos por apretado suéter revelan su floreciente pubertad. Se enjuga incontenibles lágrimas. La señora Lola observa el llanto de la muchacha. Su experiencia maternal le denuncia que ese llanto encubre algo grave. Inquisitiva, judicial, con severidad amistosa, detiene a la chiquilla que llora con más ganas.

SRA. LOLA:
- Vamos a ver muchacha, ¿qué te pasa?  ¿A qué vienen esos lagrimones?

NARRADORA:
Con la voz entrecortada, después de un profundo puchero, Irma confiesa un delicado problema, como quien lanza al agua al zozobrar el barco.

IRMA:
- Voy a la escuela y estoy muy mala, señora Lola. Me está saliendo mucha sangre y el trapo que me puse se me está cayendo…

NARRADORA:
¿Será  que la niña es ya una mujer? ¿No la habrán prevenido la mamá o la maestra? Es una experiencia que asusta siempre cuando no se la espera. Bien pudiera ser eso.
SRA. LOLA:
-¿Y no lo sabe tu mamá? ¿No le dijiste que estás mala?

IRMA:
- ¡Ay, señora Lola, me mataría si lo supiese! Por Dios, no vaya usted a decírselo…

NARRADORA:
Uno calzones agujereados golpean el rostro sorprendido de la señora Lola. Su voz se endurece. Hay una irritada curiosidad en su pregunta:

SRA. LOLA:
- ¿A ver, ¿qué te ha pasado, muchacha?

NARRADORA:
Es igual que cuando a un niño lo descubren al romper un cacharro. Par el niño, es como si hubiera destruido al mundo. Y lo han visto. Se suelta llorando con toda su alma. Así, Irma, después pudo decir:
IRMA:
- Es que Jaime…es que Jaime me hizo “la grosería”…

NARRADORA:
Doña Lola, a pesar de su entereza, queda súbita. Jaime es si hijo, un escuincle de quince años que acaba de ingresar a la escuela secundaria. Es un chamaco. Le está cambiando la voz, se ha hecho fornido, a veces se retrasa, llega más tarde de la hora prometida…pero es un chamaco. ¡Si no lo supiera su madre!

SRA. LOLA:
- Vete ahí  una la tienda de Doña Chonita. Ahí te alcanzó en momentito. Y deja de llorar, que voy a curarte.

NARRADORA:
¿Y si fuera? ¡Sería terrible! Don Pancho, el padre de Irma, no se tocaría el corazón para matar a Jaime. Doña Lola se preocupa. Hay que averiguarlo todo de una vez. Regresa a su vivienda. Por ahí debe andar el muchacho.

SRA. LOLA:
- Jaime, ¡ven acá!

NARRADORA:
Ahí viene. Como si lo hubieran descubierto: con la cabeza gacha, empujando una basura con el pie, sin querer dar los ojos. Doña Lola lo ve: es su hijo. Un niño  que tendrá que ser hombre.

SRA. LOLA:
-  Jaime! ¿Qué le has hecho a Irma?

NARRADORA:
La voz es inapelable. No hay salvación posible. Jaime se muestra compungido. Entiende que no puede evadirse. Y la actitud de su madre no hace esperar nada bueno.

SRA.LOLA
- Te digo, anda, ¿qué le  hiciste a Irma? Ándale, contéstame pronto, que me voy a enojar más…
NARRADORA:
Enrojece. No es fácil explicarlo. Mas no hay escape. Y lo confiesa de golpe:

JAIME
- Pos es que…, pos es que, ya hace tiempo que ella me decía que yo no era hombre…y pos…y pos…me agarraba…y yo le decía que se estuviera quieta…que ya iba a ver…que yo si era hombre…pos que le iba a hacer la “grosería”…

NARRADORA:
Doña Lola no se lo explicaría, mas con todo y su angustia, por allá adentro le brota una sonrisa. Tiene que fingir su enojo.
DOÑA  LOLA:
- Ajá, ¿con que muy hombrecito, eh?

NARRADORA:
Jaime espera que su madre lace el rayo que lo pulverice. Está asustado. Siente que las lágrimas van a salírsele.

JAIME
- Por ella fue, por andarme buscando…y hoy  otra vez…me estuvo jalando y agarrando… que yo no era hombre…y yo estaba en el excusado…y por allí fue otra vez  a decirme que no era hombre…y pos la jalé y le hice la “grosería”…

NARRADORA:
No se contiene, se frota los ojos.

DOÑA LOLA
- Ya verá, muchacho majadero, ¡ahora va a saber lo que es ser hombre! Desde ahora mismo se acabó la escuela y la vagancia. Ya que se siente tan capaz de esas cosas, ahora va usted a saber de verdad lo que es traer los pantalones. Hoy mismito lo pongo a trabajar, ¡me oye! Hoy mismito, sin que pase un día más. Ya verá que se le quitan las ganas de andar haciendo sus groserías.

NARRADORA:
Ahora sí Doña Lola está enojada. Pesca al muchacho de un brazo y le da fuertes manazos. Cada uno es más violento que el anterior.

DOÑA LOLA
- Ándele, ¡váyase pa fuera! A ver si  no lo matan por sinvergüenza.

NARRADORA:
Jaime sale, restregándose la nariz. Muy serio debe ser lo que ha hecho. Atraviesa el largo patio, hasta la calle, con miedo de que se le atraviese Don Pancho. Como todos los días, pasa el largo ferrocarril. Jaime se siente extraño, otro.  Ahí está el barrio donde ha crecido. Las mismas calles que ahora son distintas. Y parece que todo lo ve por primera vez.

AMIGO 1:
- Quihubo, Jaime, ¿qué te pasa?

NARRADORA:
Son sus cuates, sus manitos. Los de la palomilla.

JAIME:
- Pos me pegaron.
AMIGO 2:
- No la amueles, ¿pos qué hiciste?
JAIME:
- Pos le hice la “grosería” a Irma.

NARRADORA:
Ellos no se enojan. Lo ven con gesto curioso, admirativo.

AMIGO 1:
- Míralo, ¡qué abusado! ¡Ora si eres hombre!

AMIGO 2:
- Ándele, fúmese su cigarro.

AMIGO 3:
- A ver cuéntanos,  ¿qué tal estuvo?

NARRADORA:
Ya no tiene vergüenza ni susto. Su miedo se vuelve orgullo. Como si hubiera crecido mucho de pronto. Y mientras se los cuenta, Jaime se va sintiendo bien. “Es chido sentirse hombre”, piensa.
En la tienda de Doña Chonita, Irma está triste. Llora sorda, inconsolablemente. No sabe por qué, pero es como si se hubiera hecho pequeña, tan pequeña como cuando ni siquiera sabía andar.
                 
.



No hay comentarios:

Publicar un comentario